domingo, mayo 20, 2018

Practiquemos hábitos de ser personas cristianas


Día de Pentecostés → ↓


Empezaré por decir que somos seres de hábitos.
Y pregunto: ¿Qué es un hábito?


En las ciencias de la salud, en particular a las ciencias del comportamiento (la psicología), se denomina hábito a cualquier conducta repetida regularmente, que requiere de poco raciocinio y que es aprendida, más que innata.


Cuando de niños nos enseñaron el temor a Dios y nos guiaron para entender cuáles eran los beneficios de ser obedientes, se crearon en nosotros hábitos de temor a Dios, pero no un temor malo, sino uno como quien ama a alguien y no quiere hacer daño, no quiero ofenderte porque te amo.


Nuestros hábitos impregnan nuestra vida y la van perfilando.  Son la base de nuestra conducta y por ende, de aquello que decidimos hacer y ser. Hemos logrado vivir hasta hoy gracias a los hábitos que tenemos y si nos diéramos el tiempo de analizar, nos asustaría seguramente el poder ver cuáles son nuestros hábitos negativos y positivos predominantes.

El pueblo de Israel, según nos cuenta la historia, nace de una intrincada red de engaños, acuerdos y diferencias que se dieron con los hijos de Rebeca e Isaac. Jacob, el que robó la bendición o algo parecido bajo la guía de su madre, tiene un total de una niña y doce varones.  Esto sucedió gracias a las costumbres y            hábitos de la época, que permitieron que una mujer ofreciera a su sierva/esclava para tener hijos. Lia ofreció a Zilpá y Raquel ofreció a Bilhá. Así nace el pueblo de Israel, que llegará a Egipto por la sequía y por orden de Safenat Panea, hijo de Israel, mejor conocido como José. Si, José el soñador que fue vendido por sus hermanos, hijo de Raquel.

Serán 75 seres humanos familiares de Israel los que entrarán a Egipto, aquí nace el pueblo de Dios, el Dios que nosotros conocimos a través de Jesucristo, así se perfilan los  antecedentes del Cristianismo. Una semilla de esclavitud de un pueblo dominado por otro. Interesante paralelismo que podemos apreciar en el paso del tiempo, de Israel dominado por Egipto y Moisés viene a liberar y después Palestina dominada por Roma y vino Jesús a enseñar y ser sacrificio.

Cientos de años antes del nacimiento de Jesús el Emmanuel Dios con nosotros, un pueblo llamado Israel era oprimido, ya habían pasado 400 años, Israel ya había muerto, sus hijos también; pero el pueblo creció. Ahora eran esclavos. Moisés nace en este escenario y será quien lleve al pueblo al Éxodo, a la salida de Egipto hacia el desierto.  Cuando hablamos de la Pascua y el Pentecostés Judío este es uno de sus significados.


La Pascua judía recuerda todo lo que llevó a la salida de Egipto y Pentecostés rememora el cómo Moisés recibió los mandamientos en el monte Santo. Este último también se relaciona con la fiesta de las cosechas de las siete semanas.
 

Pero el significado etimológico de Pentecostés es Quincuagésima, refiriéndose a los 50 días después de Pascua de Resurrección cuando los apóstoles recibieron formalmente el defensor que les prometió Jesús y el inicio de la Iglesia Cristiana.  Todo sucedió debido a que estas personas dejaron que se cultivaran en ellas hábitos que hoy podemos llamar cristianos.

Nosotros estamos hoy pidiendo a Dios nos renueve gracias a que todas estas personas en el pasado, aceptaron abrazar una vida con el Espíritu Santo.


Una vez aceptas caminar con Cristo sabemos habrá dolor, como bien dice la Epístola, no es un camino fácil; pero a diferencia de una vida sin Cristo, entramos en una dinámica en donde sentimos la presencia de diversas maneras.

¿Cómo sientes la presencia de Dios? 

No es siempre fácil notar su presencia o que nos ayuda y apoya. Gracias a los problemas podemos tener una más clara noción de Dios en medio de nosotros. Pero cuando superamos las situaciones duras y estamos viviendo tiempos mejores nos es fácil dejar de hacer, no practicar, no vivir los hábitos de la persona cristiana que nos enseñó Jesús.

Cristo nos enseñó lo necesario para crear un escenario para la presencia de Dios. Al insistir en estas prácticas, en estos hábitos nos vamos haciendo más versátiles tanto para hacer en nuestra intimidad lo que Dios nos pide como para poder verle y sentir su presencia.

No es casual que una persona que recibe a Cristo de corazón en su vida, vaya creando un mundo a su alrededor en donde lo que come, lo que hace, lo que escucha, lo que ve, está lleno de Cristo.  Y parecerá que está persona se aleja de lo que antes era, pero en realidad hace lo necesario para poder seguir en la presencia de Dios.

Lo que hago en mi intimidad donde nadie me ve, para seguir a Cristo es lo que cultiva los hábitos que después me hacen ser fuerte cuando estoy en el mundo.  Si soy débil en mi vida de comunidad, en lo público, entonces me hace falta fortalecer mi vida privada en Cristo.

Así que, cuando hoy invocamos la presencia del Dios Espíritu Santo, sí, recibiremos bendición pero esa bendición para que se extienda en nuestra vida y en el tiempo, para que se quede, tenemos que insistir en cambiar creando permanentemente el escenario para la presencia constante de Dios.

Oración, lectura bíblica y de libros relacionados al tema de ser Iglesia, ayuda al prójimo, música cristiana y de temas afines a ser una comunidad buena, momento de retiro espiritual, compartir en comunidad en la Iglesia y otros espacios, ayuda a las personas necesitadas; todas estas son maneras que ayudan a crear un ambiente para la presencia perene de Cristo en mí.  Y lo podremos sentir y ver.

¿Me tengo que aislar de lo que me rodea?
No, ese no es el llamado.  Pero tu insistir en los hábitos que Cristo te enseñó en tu intimidad con él en tu vida privada te dará lo necesario para llevar una vida pública en Cristo sin caer en prácticas no sanas.

Los hábitos cristianos se expresarán en una vida cristiana.

Dejemos de pensar que para ser cristianos no debo hacer ajustes en mi vida, sí los tengo que hacer.  Debo revisar qué veo, qué escucho, con quién me asocio, dónde voy, a qué dedico la mayoría de mi tiempo.  Debo prestar especial atención a lo que me gusta, debo hacer análisis de mis gustos para ver si están en concordancia con lo que Cristo pide de mí.  Al final debo estar dispuesto a hacer ajustes.  Esta forma de actuar es la que me irá diciendo que de verdad reafirmo que quiero seguir a Cristo.

Hablando de la Iglesia en la que estamos, somos una comunidad puesta en la esquina de un vecindario muy lindo. Todo lo que hacemos y no hacemos habla de cómo vivimos a Cristo, nuestros gestos, nuestras palabras todo debe invitar a quienes viven a nuestro alrededor y a quienes pasan a querer ser parte de esto o por lo menos decir, qué lindos son, allí está Cristo.

Y voy terminando con este cuestionamiento:

¿Qué hábitos tengo que me acercan a Cristo?
¿Qué hábitos no tengo?

¿Qué haré para mejorar?

El Espíritu de Dios está en este lugar, siempre ha estado y siempre estará, lo que hagamos para comulgar con él depende de nosotros. Cultivemos hábitos cristianos en nuestra vida privada y lo demás se dará sin duda.


Amén.
Reverendo D. Carlos Austin.